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omo me tiembla el bolígrafo cuando lo agarro para
escribir este montón de sandeces. No sé si los garabatos que pongo en el papel
resultarán legibles, pues hoy tengo la caligrafía más enrevesada que la cocina
de Arguiñano.
Hasta la "o"
letra en la que siempre me busco porque me
sale redondita como una rosquilla, me esta saliendo hecha un churro, y
las "t" se me tuercen las varillas y juguetean sus palitroques que
todas untas parecen antenas de televisión tumbada por el fuerte viento de
levante en un tejado.
Después de esta reflexión
vaya contar cosas de mi pueblo, el cual tiene una Iglesia y en la Iglesia una
torre, en el centro de ella un viejo reloj con sus manecillas detenidas que ya
no funciona. Desde siempre, señala imperturbable la misma hora, las 08:00 h.
Casi siempre el reloj ha sido un adorno en la fachada Sur de la torre. Para mí
que vaya tomar unas copas al bar "del Perro" que está en la misma
plaza donde se encuentra la Iglesia donde está el viejo reloj, por muchas copas
y charlas que siempre da el vino, salgo a la misma hora que entre en el bar.
Sin embargo hay dos
momentos durante el día, dos fugaces
instantes en el que el añejo reloj parece resurgir de su sueño eterno, cuando
todos los relojes del pueblo marcan las
08:00 h el reloj de la torre parece cobrar vida, dos veces - al día, una por la
mañana y otra por la tarde el veterano reloj se siente en armonía con los demás
relojes. Si alguien pasa en esos dos momentos diría que funciona a la
perfección, pero pasado ese efímero instante cuando las manecillas de los demás
relojes siguen su monótono camino, el reloj de la torre pierde su pausa y sigue
fiel a aquella hora en la que alguna vez se detuvo su andar.
Yo amo a ese reloj por que
mi padre durante muchos años estuvo dándole cuerda y cuidándolo para que
siguiera su andar. Cuando su edad le impedía ya subir las pesadas pesas que
posee, le releve yo.
Así cuanto más hable de él
más lo amo, y porque cada vez siento que me parezco más a él. También yo estoy
detenido en el tiempo. A veces me siento anclado en el tiempo y soy como el
reloj, un adorno parado en el tiempo. Pero ha diferencia del reloj disfruto de
esos dos momentos efímeros en el que mi amigo el reloj funciona a la
perfección. Pasado esos momentos yo vuelvo a la rutina de mi trabajo, a mi
charla entre copas, a mi aburrido andar que llamo vida, vivir es otra cosa.
Acostumbro a dar todas las mañanas un
paseo hasta mi pequeño huerto donde cultivo hortalizas ecológicas y flores que
me gustan tanto como el vino. Acaricio a mi perro, mi gran amigo hasta que ve
una perra receptiva y entonces se acabó la amistad conmigo.
En el campo poseo una
antigua chimenea con leña seca para quemar, vino añejo para beber y mucho
libros para no estar solo.
Hay que valorar y
disfrutar lo que tengamos y no quejarnos de lo que nos falta, no es más rico el
que más tiene, sino el que menos necesita. Cuando tengamos esos momentos de
felicidad como nuestro reloj de la Iglesia, esos momentos de encuentro con uno
mismo, con los demás, de gozo, vamos a disfrutarlos. Debemos aprovecharlos
porque pueden que se vayan y además muy pronto. Hay que disfrutar de la
lectura, habrá libros que nos digan más y otros que nos digan menos pero en
todos hay algo que aprender. No debemos esforzarnos tanto en el mal vivir, por
exigirnos tanto, por enojarnos tanto, por frustrarnos y envidiar tanto.
Todo es más simple, más
sencillo e insisto hay que disfrutar cada momento, cada instante, cada segundo,
porque nos esforzamos tanto en el mal vivir por exigirnos tanto.
Está bien desear, en
aspirar a algo mejor, soñar con tener más un día. Todos merecemos más y en este
mundo hay para todos, aunque hay gente que no tenga nada lamentablemente, pero
eso es otra historia.
Ultima reflexión por esta
noche:
Entre el invento de Dios con la costilla del hombre,
para crear a la mujer porque era el que estaba más cerca de su cantera y el de
George Ford con el automóvil, en este momento que escribo que es bien entrada
la noche, creo que hay más hombre montados en el invento de Dios que en el
invento de George Ford.
Revista 38 El Alcaucil (2004)
Autor: Francisco Romero Mota